Por: Mike Stone
20 de enero de 1972, Brighton Dome, Inglaterra. El público esperaba un concierto más de la gira británica de Pink Floyd, pero no sabía que esa noche sería testigo de algo inusual: la primera ejecución en vivo de un proyecto todavía en proceso, una suite larga y conceptual titulada provisionalmente “Eclipse: A Piece for Assorted Lunatics”, que luego se convertiría en The Dark Side of the Moon.

La banda estaba experimentando con nuevas transiciones, efectos de cinta, sonidos sincronizados y una narrativa musical más ambiciosa. Nada de eso estaba terminado, ni grabado, ni probado frente a audiencia. Y por eso —precisamente por eso— lo que ocurrió esa noche pasó a la historia.
Un debut prometedor… hasta que dejó de sonar
Pink Floyd llevaba ya varios minutos interpretando el nuevo material cuando, de pronto, el sistema de sonido falló a mitad de la suite. Ni eco, ni voces, ni teclados, ni guitarras. Silencio total. Los técnicos corrieron desesperados detrás del escenario intentando descifrar qué demonios había ocurrido con el equipo.
Lo peculiar es que, como el público nunca había escuchado ese material en su vida, muchos pensaron que el apagón formaba parte de la propuesta experimental, un giro minimalista, un pasaje ambiental extremo cortesía de una banda conocida por empujar los límites del directo.
Pero no. Era, simplemente, un desastre técnico monumental.
La reacción del grupo
Roger Waters —siempre directo— interrumpió el intento de continuar y anunció que no seguirían interpretando la suite porque el fallo técnico había arruinado por completo la sincronía necesaria. Pink Floyd terminó el concierto con otras canciones de su repertorio, dejando inconcluso un estreno que debía haber sido histórico… y que lo fue, pero no por la razón prevista.
Un tropiezo que no detuvo la revolución
A pesar del fiasco, esta presentación marcó el inicio del proceso en vivo que definió el álbum final. Pink Floyd siguió tocando la suite en conciertos posteriores, ajustándola, depurando estructuras, probando dinámicas y secuencias. De hecho, gran parte del ADN de The Dark Side of the Moon —su orden, sus transiciones y varios arreglos— se consolidó gracias a estas pruebas en directo.
Un año más tarde, en marzo de 1973, el álbum terminó convirtiéndose en uno de los discos más influyentes y exitosos de la historia del rock.
El arte de fallar en grande
La ironía es deliciosa: una obra famosa por su perfección conceptual y sonora nació frente a un público que la conoció a través de un colapso técnico. Y aun así, incluso en silencio, Pink Floyd dejaba claro que estaba a punto de cambiar el rumbo de la música.
A veces, incluso una futura obra maestra necesita un tropiezo para arrancar.











