Por: Mike Stone
El 3 de diciembre de 1979, The Who llegó a Cincinnati, Ohio, en el punto más alto de su poder. El álbum Who Are You los había devuelto a las listas, y la gira prometía ser una celebración de supervivencia: habían perdido a Keith Moon apenas un año antes, pero seguían de pie, con Kenney Jones en la batería y el rugido del público de su lado.

El Riverfront Coliseum los esperaba con más de 18 mil boletos vendidos. Afuera, miles de fanáticos resistían el frío invernal bajo un sistema de entrada “sin asientos asignados”: quien llegara primero, obtenía los mejores lugares. El problema comenzó cuando se filtró el sonido de la prueba de audio desde el interior. Algunos creyeron que el show había empezado y comenzaron a empujar. Lo demás fue una cadena de errores humanos.
Las puertas seguían cerradas. Nadie coordinó la apertura, y la multitud se transformó en una ola imparable. Los que cayeron al suelo no pudieron levantarse. Once personas murieron aplastadas, la mayoría adolescentes y veinteañeros. Más de veinte resultaron heridos.
Mientras tanto, adentro, The Who tocaba sin saberlo.
La tragedia se mantuvo en secreto durante el concierto: los organizadores temían un disturbio mayor si se interrumpía el show. Cuando terminó, Pete Townshend fue detenido por la policía al bajar del escenario. “Pensé que me arrestaban por destrozar mi guitarra”, contaría años después. Pero lo que le dijeron fue devastador: “Once chicos murieron intentando verte tocar”.
Roger Daltrey no habló durante horas.
Las consecuencias fueron inmediatas. Varias ciudades de Estados Unidos prohibieron los conciertos de entrada general, y el Riverfront Coliseum vetó el rock durante casi una década. En 2004, la ciudad erigió un pequeño monumento con los nombres de las víctimas, pero el recuerdo seguía siendo incómodo.
Con el tiempo, el lugar se volvió escenario de rumores inquietantes. Técnicos de sonido afirmaban escuchar pasos y risas cuando el recinto estaba vacío. Otros hablaban de ecos de multitudes que parecían venir de las gradas vacías, como si un concierto estuviera repitiéndose en otra dimensión.
Un guardia retirado, Frank Martin, aseguró haber visto en los pasillos a un joven con camiseta de The Who que desapareció frente a su linterna.
Y aunque nunca hubo evidencia, el mito quedó sellado.
Décadas después, Townshend confesó que cada vez que tocaba Love Reign O’er Me sentía una presencia a sus espaldas.
“Tal vez son ellos —dijo— los que nunca pudieron entrar al concierto.”











